VIAMONTE 1625. Mamá prepara el café. La cocina
se ve iluminada por una luz naranja, las cortinas de la abuela probablemente
funcionen de filtro. Suena en el fondo la Radio Belgrano. BUENOS AIRES,
REPÚBLICA ARGENTINA, EN SU FRECUENCIA DE 950 MHz. Con la prima Susana solíamos
recitar burlonamente los gongs de las radios, mientras que con las piernas de
tero saltábamos enérgicamente los cuadrados de la rayuela.
Carmen irrumpe en la habitación. Hace el café
mucho más rico, pero nadie le dice nada a mamá para no angustiarla. En
realidad, no destaca en nada, pero cumple su rol esquemáticamente.
Me siento en una de las sillas del comedor.
Carmen, con sus manos agrietadas, estruja un trapo y empieza a limpiar el piso.
Yo levanto las piernas, extendidas en dirección a la puerta, mientras ella pasa
por debajo el trapo que jamás en mi vida voy a tocar. Mis piernas son las alas
de un avión, simulo estar volando.
GARIBALDI 1551. Tengo cinco minutos para salir
de casa. El tiempo se corta en octavos, la pizza también. Lucía y Marcos miran
la televisión. Ana todavía no llega.
Miro nerviosa el reloj pulsera. Si dividiera
mis cinco minutos en octavos, seguro llegaría a tiempo.
-Mamá, Ana no llega.
Sonrío nerviosa sin mirarla a la cara. Sí, Ana
no llega. En ese momento, me pregunto si realmente elegí ser madre. Pero las
madres no se cuestionan la maternidad.
(Madres, en caso de emergencia, buscar en la
agenda una opción B. Alguien que esté a la mano. Pueden perder el trabajo. O
simplemente perder.)
ARENALES 1020. Las escaleras son largas y
espiraladas. Carmen camina detrás de mí, me pide que vaya con cuidado. Entramos
al nuevo departamento de la mano. El de Viamonte era más grande. Me pregunto si
a papá le hubiera gustado, pero sólo me lo pregunto a mí, porque decirlo en voz
alta me valdría un cachetazo.
Mamá deja el sacón: se deshace de él, como si
cambiara de piel. Y acto seguido, camina en pasitos rápidos pero tiernos, tac
tac tac, con sus tacos, hasta la baranda del nuevo balcón. Carmen me suelta la
mano, y mientras mamá se desmorona (cae sobre sí misma, como un edificio en
demolición), ella le acaricia la espalda.
No entiendo de qué hablan. Me acerco al pasillo
para ver mi nueva habitación. También es más chica que la de Viamonte.
GARIBALDI 1551. Cruzo el umbral cansada. Siento
como si llevara una bolsa de papas sobre mis hombros.
Lucía duerme sobre su propio brazo en la mesa.
Me saco rápido los zapatos y camino sin hacer ruido. Abro la heladera. SOPA
FIDEOS DE AYER MILANESAS CONGELADAS. Me sirvo un vaso de agua.
ARENALES 1020. Carmen deja la última carta en
la mesa. Pero gano yo. Siempre gano yo. Carmen sabe que hago trampa, pero con
esa risa tímida, me mira, y aprueba la acción. Carmen aprueba todo lo que hago.
Mamá salió anoche y no volvió. Al principio,
todo fiesta. Carmen sacó los vestidos caros de mamá y jugamos a la pasarela.
PARA HACER BIEN EL AMOR HAY QUE VENIR AL SUR. Es el único vinilo que salvé de
la mudanza. Carmen lo esconde abajo del colchón. Bailamos hasta que trastabillo
con un cable y zas, zapato talle 39 vuela cielo arriba.
Mamá llega. Procede: saco al piso, rodillas
flojas. No me mira. Le muestro el hielo en mi tobillo. Mamá se acuesta en el
sillón. Todavía escucho sus ronquidos.
GARIBALDI 1551. Lucía habla por teléfono.
Enrosca el dedo anular con el rulito del cable. El cabello castaño le cae como
una cortina que no me deja ver sus expresiones.
Tuve que despedir a Ana. Lucía y Marcos
crecieron como cerezo en flor. Una primavera. Una tarde. Un octavo de mis cinco
minutos.
Suena Radio Belgrano en el fondo, molesta como
una mosca. Le doy el último sorbo al mate, frío, lavado. Sin sentido.
(Madres, no esperen respuesta. No las hay. No
las hubo. Solo octavos que cortan el tiempo, radios molestas y mates lavados.
Cuestionen, pero no esperen respuesta).
Texto
inspirado en Manual para mujeres de
limpieza de Berlin. Realizado en un taller de escritura creativa.